No es un espectro lo que acecha en Europa, sino un Moloch que está hipotecando su futuro: la militarización tanto del discurso político como de la economía.

Esta tendencia está empezando a dar forma a las decisiones a largo plazo, vendidas de antemano y presentadas como “naturales” a través de una retórica implacable que transforma el miedo en apoyo político y hace que la industria militar parezca un futuro inevitable. Ya no se trata de una mera “deriva” militarista, sino de una elección política lúcida, brutal y peligrosa cuyas consecuencias recaerán sobre los ciudadanos de Europa.

Como muestran los datos, nos enfrentamos, más allá de los anuncios públicos, a un rearme planificado y estructural, y no sólo a un aumento temporal de los gastos militares.

En 2021, el gasto militar total de los países de la Unión Europea ascendió a 218 mil millones de euros; en 2024 ascendió a 343 mil millones de euros, y las previsiones consolidadas para el año en curso ascienden a 392 mil millones de euros (muy cerca del umbral psicológico de 400 mil millones de euros). Esto es suficiente para demostrar que la supuesta “infrafinanciación de la defensa” proclamada por la Comisión y el Consejo de la UE no es más que una construcción ideológica. No sólo porque el gasto militar ya está en su punto más alto y crece más rápido que cualquier otra partida del presupuesto público, sino porque promueve la idea de que debemos armarnos para defendernos. En realidad, la mejor manera de construir una vida colectiva más segura es garantizar los derechos y trabajar para mitigar los conflictos.

La verdadera magnitud del militarismo europeo se revela si miramos el futuro que se dibuja. Andrius Kubilius, comisario europeo de Defensa, fue explícito: “Los europeos invertiremos alrededor de 6.800 millones de euros en el sector militar hasta 2035, y el 50% de esa cantidad se destinará a la compra de armas. Será real gran explosión finanzas”. También aclaró que el 90% de esta carga recaerá en los presupuestos de los estados miembros.

El verdadero objetivo no es fortalecer la Unión a nivel militar, sino beneficiarse del interés en las armas. Lo demuestra también el increíble cambio de nombre del plan de rearme de la Comisión, que ahora ha sido renovado y se promociona como Hoja de Ruta para el Mantenimiento de la Paz y la Preparación de la Defensa 2030. Una vez más, el llamamiento orwelliano a la “paz” se utiliza para convencer a una opinión pública que no quiere abrir fuego a la guerra. En cada etapa se ha ido cambiando el nombre para hacerlo más comercial, pero la esencia sigue siendo la misma: construir una Europa armada antes de construir una verdadera política exterior común. Sin embargo, esta última es la única opción lógica y razonable, incluso para aquellos que quieren una “Europa fuerte” en el sentido militar.

Así que primero deberíamos conseguir armas de guerra y luego, tal vez algún día, política real. Se trata de un abuso de la lógica y de la democracia que favorece a un solo partido: los fabricantes de armas.

Porque la cuestión es ésta: la aceleración no está diseñada para defender a los pueblos de Europa, sino para aumentar las ganancias. Así lo demuestran programas que ya están en marcha, como el Fondo Europeo de Defensa y el programa ASAP, así como datos de Bruselas. Estos instrumentos no condujeron a una verdadera integración de la producción de armas europea. Cada país sigue comprando y produciendo de forma independiente, siguiendo la lógica del pequeño poder y la influencia de los pequeños intereses industriales, lo que garantiza que el mercado seguirá fragmentado y sujeto a la superioridad tecnológica de Estados Unidos.

Esta loca carrera se justifica por el miedo a las amenazas externas, deliberadamente alentadas a suspender el pensamiento crítico y extinguir el debate democrático. Pero eso es un engaño. Lo que ellos llaman “defensa” se refiere sólo a la arquitectura militar, mientras que la defensa real -social, civil, diplomática, informativa- ni siquiera está sujeta a debate. Y lo más importante es que cada billón gastado hoy en armas son mil millones quitados a educación, salud, transición ecológica y política social: una economía de guerra permanente.

La parte de la sociedad civil que aboga por la paz y el desarme lleva años condenando esto: aumentar la inversión militar no traerá más seguridad, sino más inestabilidad y más crisis. Sobre todo, hipotecará nuestro futuro. El rearme europeo se basa en la deuda pública y en compromisos de gasto plurianuales que se transmitirán a los futuros gobiernos y generaciones como una soga al cuello.

Ahora, ante esta escalada masiva, es posible que el seguimiento o la presentación de informes ya no sean suficientes. Necesitamos alternativas estructurales a la guerra. Necesitamos políticas de seguridad que no requieran armas, así como defensa civil europea. Necesitamos una diplomacia autónoma y multilateral. Debemos desmantelar el papel central de la industria armamentista en la economía europea. Porque no es cierto que no haya alternativa. El problema es que nadie quiere discutirlos.

Lo que nos espera no es una breve interrupción. Es una intersección histórica. O permitiremos que Europa se convierta en una fortaleza armada con fines militares, o construiremos otro modelo de seguridad: uno que comience con las personas, no con las armas.

05/11/2025

Francesco Vignarca Es el coordinador de campaña de Rete Italia Pace e Disarmo, de la que fue coordinador nacional. Estudió astrofísica en la Università dell’Insubria (Varese y Como) y trabajó para la ONG Emergency y el sitio de solidaridad económica Altreconomia. Especialista en información militar y en industria armamentística, entre sus libros se encuentran “Mercenari SpA” (Rizzoli, 2004), “Armi, un affare di Stato. Soldi, interessi, scenari di un business milliardario” (Chiarelettere, 2012) o “Disarmo nucleare” (Altreconomia23, 2023).

Texto original: il manifesto global, 19 de octubre de 2025

Traducción: Lucas Antón

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