A principios de abril, Juliette Dorsson, una catering dedicada haitiana de 50 años, recibió un disparo mientras trabajaba en un evento en Port-Au-Prince. Su compañero, Luc, murió en el ataque. Aunque ella logró sobrevivir, lo hizo por un breve instante. La vida cotidiana para los residentes de la capital de Haití está caracterizada por horrores devastadores. Actualmente, las pandillas dominan aproximadamente cuatro quintos de la ciudad, controlando no solo los territorios, sino también el miedo. En su arsenal, poseen una variedad de armas sofisticadas, incluyendo rifles de ataque y ametralladoras. Notablemente, pocas de estas armas son producidas localmente; la mayoría proviene de contrabando desde Estados Unidos.
Haití ha alcanzado un nivel de asesinatos que se encuentra entre los más altos del mundo. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo del país. América Latina y el Caribe, que albergan solo el 8 por ciento de la población mundial, concentran cerca de un tercio de sus asesinatos. A diferencia de otros contextos violentos, como el de Sudán o Ucrania, donde la sangre se derrama en el marco de guerras declaradas, la violencia aquí surge principalmente del crimen organizado. Las armas disponibles en la región han facilitado que esta violencia sea cada vez más letal.
De acuerdo con la Oficina de la ONU contra las Drogas y el Crimen, Casi la mitad de los homicidios en Estados Unidos están relacionados con pandillas, carteles de drogas o paramilitares. A nivel global, esa cifra cercana a uno de cada cinco es alarmante. Las armas de fuego son, con mucho, las más utilizadas en estos crímenes, representando aproximadamente el 67 por ciento de los asesinatos en la región, superando considerablemente el promedio global del 40 por ciento.
Desde los barrios marginales de Puerto Príncipe hasta las favelas de Río de Janeiro y las ciudades fronterizas de México, los grupos del crimen organizado están fuertemente armados. Las armas sirven para una variedad de propósitos, incluyendo el narcotráfico, ajustes de cuentas, violencia civil, y hasta actos de violencia sexual. A lo largo y ancho de América Latina, existe una “cultura de armas” que se extiende tanto a la esfera pública como privada, siendo las mujeres las principales víctimas de la violencia doméstica relacionada con armas de fuego.
‘Iron River’
Durante mucho tiempo, la región ha estado inundada con armas estadounidenses. Desde hace décadas, el denominado ‘Río de Hierro’ ha canalizado el tráfico, tanto legal como ilegal, conectando el más grande mercado de armas del mundo con la región más violenta. Las secuelas de los conflictos de la Guerra Fría en América Central, que incluyeron intervenciones indirectas en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, quedaron marcadas por un excedente de armas. A pesar de que la década de 1990 presenció la implementación de programas de desarme, muchas de estas armas se desvanecieron en el mercado negro, reforzando el crecimiento del crimen organizado posterior a la guerra.
Colombia, en particular, se convirtió en un centro crucial para el tráfico de armas. Su conflicto con la extinta FARC, que se prolongó durante medio siglo, amplificó la red de tráfico de armas. Las guerrillas, los grupos paramilitares y los carteles de drogas intercambiaban cocaína por rifles Kalashnikov. Entre finales de la década de 1990 y principios de 2000, se produjo un escandaloso acuerdo que permitió la entrada de 10,000 AK-47 a Colombia, utilizando certificados de usuario final falsificados provenientes de Perú. Otra revelación en el país involucró a la empresa Chiquita Brands International, que en 2021 fue acusada de transportar armas en buques de carga.
FARC entregó rifles, armas, lanzamientos, titulares y otros en el proceso de desarme. Foto:Alto Comisionado de la Oficina (OACP).
Este incesante comercio no ocurre únicamente por un alto nivel de oferta y demanda, sino que también se ve alimentado por la disfunción del sistema legal. En toda la región, las armas frecuentemente transitan de mercados legales a ilegales; se reportan pérdidas en tránsito, se “roban” de depósitos policiales, o se filtran a través de funcionarios corruptos. En Brasil, la Policía Federal reveló una operación donde armas se ocultaban en cilindros hidráulicos industriales. Otro caso resonante involucra un intento de tráfico de armas camufladas como equipos cinematográficos mediante envíos internacionales.
Entre 2018 y 2023, aproximadamente tres cuartos de las armas de fuego recuperadas en el Caribe se originaron en estados estadounidenses como Florida, Nueva York y Virginia. La trayectoria típica de estas armas comienza en un arsenal o directamente en transacciones legales, donde se venden a “compradores de testaferros”, quienes luego las trasladan a América del Sur. En algunos casos, las armas originadas en Estados Unidos representan hasta el 90 por ciento de los homicidios.
Después del límite sur
En ciudades como Tijuana, Juárez y Culiacán, en México, los carteles rivales combaten utilizando armas de alta capacidad. Tijuana fue clasificada como la ciudad con el más alto índice de asesinato del planeta en 2018 y 2019, mientras que Ciudad Juárez obtuvo este triste reconocimiento en 2009. El tráfico de armas proveniente del Norte alimenta estas brutales disputas territoriales entre los carteles, como los de Sinaloa, Jalisco Nueva Generación (CJNG) y los remanentes de Zetas.
Esta problemática no se limita a México. A lo largo del Caribe, los países enfrentan niveles récord de asesinatos, como Jamaica, Santa Lucía y Trinidad y Tobago. A pesar del embargo de armas impuesto por la ONU desde 2022, Haití sigue inundada de armas estadounidenses, muchas de las cuales entran de contrabando a través de su vecina República Dominicana o se esconden en productos provenientes de Miami. Las redes de la diáspora desempeñan un papel vital en este tráfico, ocultando armas en barriles, vehículos y contenedores de envío.
Más al sur, naciones que anteriormente disfrutaron de una paz relativa, como Chile y Ecuador, ahora enfrentan un aumento en la criminalidad armada. La expansión de las rutas para el tráfico de cocaína hacia el Pacífico y el Amazonas ha arrastrado a estas naciones al mismo ciclo de delitos transnacionales. Los carteles brasileños, colombianos y mexicanos se han asociado con mafias de los Balcanes e Italia, con la aceptación y beneficio de funcionarios locales corruptos. Las antiguas rutas utilizadas para el transporte de madera y fauna salvaje ahora sirven para movilizar cocaína y armas.
La innovación en métodos de tráfico es un aspecto alarmante; tecnologías emergentes como impresoras 3D, mensajes cifrados, cursos de criptografía, drones, e incluso submarinos están transformando la manera en que se obtienen y se trafican armas. La posibilidad de producir armas y sus componentes localmente dificulta aún más la labor de las fuerzas del orden. A medida que el ciberespacio se convierte en un espacio de crecimiento para los traficantes, les ofrece un anonimato sin precedentes, así como métodos logísticos más complejos.
Por otro lado, la guerra en Ucrania, junto con otros conflictos globales, también plantea un nuevo peligro. Según la red de la sociedad civil, como la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional, las armas militares que están circulando en Europa del Este debido al conflicto en Ucrania podrían encontrar su camino hacia América Latina. Al igual que la avalancha de armas después de la Guerra Fría, hay un riesgo inminente de que estas caigan en manos de delincuentes.
El límite entre Haití y la República Dominicana. Foto:AFP
Mecanismos de defensa
Aunque la región genera pocas armas de fuego, la importación de armas, tanto legales como ilegales, es abundante. La mayoría de los países en la zona han firmado tratados internacionales, tales como el Protocolo de Armas de Fuego de la ONU, el Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA) y la Convención CEFTA, que buscan limitar la propagación de armas. Sin embargo, la implementación de estos tratados es inconsistente y, en muchos casos, deficiente.
La administración de arsenales suele ser deficiente, y los sistemas de seguimiento carecen del financiamiento adecuado y del monitoreo eficaz que se requiere por parte de las fuerzas de seguridad y los arsenales militares. Aunque existe un marco legal, las políticas son insuficientes para garantizar su cumplimiento.
Además, Estados Unidos también juega un papel significativo en esta problemática. Programas como Blue Lantern, gestionado por el Departamento de Estado; y Golden Sentry, operado por el Departamento de Defensa, tienen el objetivo de rastrear a los usuarios finales de las armas que son exportadas. Sin embargo, Estos mecanismos son reactivos y carecen de los recursos necesarios. La oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF), cuyo trabajo incluye supervisar las ventas de armas a nivel nacional, enfrenta obstáculos derivados de leyes obsoletas que limitan el intercambio de datos y la trazabilidad.
Pese a esta compleja situación, algunos países están comenzando a tomar acciones al respecto. México, por ejemplo, ha presentado demandas contra fabricantes de armas estadounidenses que supuestamente están fomentando la violencia de los carteles. Un caso histórico que ha sido reabierto en un tribunal estadounidense en 2023.
Los gobiernos del Caribe están presionando a Washington para que implemente medidas más efectivas en la captura de armas ilegales y ajuste las reglas de exportación. Algunos legisladores estadounidenses están comenzando a tomar nota, proponiendo reformas para cerrar lagunas legales en las regulaciones y fortalecer la capacidad de la ATF.
Por otro lado, los gobiernos en América Latina y el Caribe deben centrar sus esfuerzos en mejorar la seguridad de sus arsenales, modernizar sus registros de armas e invertir en tecnología que permita rastrear de manera más eficiente las armas de fuego. Combater la corrupción sigue siendo una tarea crucial, y la colaboración regional es imprescindible. Un esfuerzo prometedor es el acuerdo propuesto en 2024 por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que reúne a 18 países para fortalecer las instituciones, compartir inteligencia y mejorar la vigilancia.
Sin embargo, el progreso en estas áreas será lento y desigual. En una región desgastada por la corrupción, el mal manejo y las tensiones económicas, los incentivos para la criminalidad a menudo superan a los de la legalidad. Sin una cooperación internacional firme y presión real sobre Estados Unidos para detener el flujo de armas, el tráfico continuará su ascenso.
Haití representa una advertencia escalofriante. Años de colapso estatal, la infiltración de pandillas y la impunidad han permitido a grupos armados eclipsar a la policía y desbordar al gobierno. Puerto Príncipe no es simplemente una ciudad en crisis, sino una en caída libre. Sin embargo, lo que sucede en Haití no es exclusivo de su territorio. Es el epílogo inevitable de un patrón regional que se repite: cuando las instituciones son frágiles y las armas siguen circulando en gran medida, el resultado no es solo la violencia, sino el fracaso del estado.
Taza de Robert
Y Katherine Aguirre (**)
America’s Quarterly
Río Janeiro
Co-fundador y Directiva de Investigación del Instituto Igarapé, un centro de estudio líder en Brasil. También es cofundador de SECDEV Group y la Fundación SECDEV, grupos de seguridad digital y análisis de riesgos con una extensión global. También es cofundadora de Amsuru, Red de Mujeres en Seguridad y Defensa de América Latina y el Caribe.