



François Roudié asumió hace pocas semanas como jefe de la Delegación de la Unión Europea en Colombia, en vísperas de la Cumbre Celac-UE, que reunirá a los 27 Estados miembros del bloque europeo y a los 33 países de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.
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En entrevista con EL TIEMPO, el diplomático explica cómo la UE busca pasar del discurso a la acción con proyectos concretos en energía limpia, transporte sostenible y cooperación en seguridad. También analiza los retos del nuevo contexto internacional -desde la crisis climática hasta la disputa entre potencias- y subraya la importancia de “buscar soluciones conjuntas” entre regiones que comparten valores democráticos y una visión humanista del desarrollo.
Empecemos por hablar de su llegada a Colombia. ¿Cuál ha sido su primera impresión del país?
Había estado en Colombia unas tres o cuatro veces antes, principalmente como turista. Nunca había trabajado aquí, y, por supuesto, la experiencia es completamente distinta. El contexto previo a la cumbre y al proceso electoral marca mucho lo que he visto desde mi llegada. He dedicado gran parte de mi tiempo a la logística de la cumbre, en medio de un ambiente político bastante polarizado. Además, la geopolítica nos absorbe con lo que ocurre en el Caribe. Así que mis primeros días han sido, como dice la frase, “nadar o hundirse”. Por ahora, he sido un buen nadador: sigo a flote. Lo que sí he apreciado en estas cinco semanas, y en las dos o tres misiones que he podido realizar en Guainía, en Cali y en Villa de Leyva es la calidad y el nivel de formación de mis interlocutores.
François Roudié dio su primera entrevista a EL TIEMPO. Foto:Fernando Ariza. EL TIEMPO
Para mí ha sido un desafío, porque ahora lidero una delegación tres veces más grande que la que encabezaba anteriormente. También representa un gran reto de gestión, ya que la Unión Europea en Colombia hace de todo: comercio, inversión, asuntos consulares y, por supuesto, temas políticos. Y los días son cortos.
Paso siempre por la fase de instalación por la que pasamos todos los diplomáticos. Es mi sexta o séptima mudanza, y también está el tema de la familia, ayudarlos a instalarse. En resumen, es un comienzo sumamente interesante e intenso por el tamaño y la volatilidad de lo que está ocurriendo en este contexto preelectoral.
En cierta medida, estaré contento cuando pase la cumbre y pueda enfocarme al cien por ciento en Colombia. Mi predecesor es un muy buen amigo mío, que me ha hablado mucho de lo que hizo. El contexto es un poco distinto, por supuesto, pero hay mucho que construir sobre lo que él y otros han hecho: básicamente apoyo al proceso de paz, promoción, inversión, etcétera.
¿Cuáles serán sus objetivos tras la cumbre?
Mi trabajo, primero, es promover los intereses de la Unión Europea. Punto. Soy embajador de la Unión Europea. Pero el interés de la Unión Europea es que a Colombia le vaya bien, para que tengamos un buen socio. Entonces, la prioridad es ayudar a la implementación del proceso de paz y proteger lo que ya se ha logrado, como la JEP.
La visión de la imposición no es únicamente la de Trump; proviene de muchos otros países. Pero los que no creemos tanto en la imposición y preferimos la negociación somos, básicamente, América Latina y Europa.
Segundo, esto no por orden de prioridad, promover más inversión: más inversiones europeas, más comercio con Europa en ambas direcciones y en todos los sentidos: compra de productos, inversiones, intercambio entre personas, colaboración entre empresas, lo que sea. Porque esto significa empleos, actividad económica y coprosperidad en ambas partes.
Tercero, la parte interna de mi trabajo consiste en lograr que los europeos sean más cohesivos. Que las 16 embajadas que están acá, más la mía, trabajemos juntas. No soy su jefe, para nada, de ninguna manera, pero soy un poco un coordinador: ver en qué podemos colaborar mejor y ser más fuertes unidos. Esto es importante para tener más incidencia al convencer al país de abrazar la revolución verde, digital y social, y de comprender la urgencia de invertir en estas tres dimensiones.
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¿Y en materia social y ambiental?
Está todo el tema amazónico. Está todo el tema de qué tipo de sociedad queremos, en particular en relación con lo digital, para preguntarnos qué tipo de sociedad regulada queremos. Y acá hay tres modelos: el europeo-humanista; el de Estados Unidos, más basado en la iniciativa y el beneficio individual; y el chino, donde el individuo prácticamente no existe.
Yo pienso que el modelo europeo, con toda su diversidad, es mucho más atractivo para Colombia y para América Latina. Queremos sociedades humanistas, en donde los valores del intercambio, del diálogo, del respeto, de la tolerancia y de la diversidad sean mucho más fuertes que el valor de enriquecerse.
¿Qué relevancia le ve a la Cumbre en medio de un contexto global marcado por tensiones geopolíticas?
Diría que la primera tensión geopolítica, que muchas veces olvidamos, es la del cambio climático y los cambios planetarios. Por eso, el hecho de que la cumbre tenga lugar justo después de la cumbre climática es sumamente relevante, porque ahí tenemos intereses evidentes en común. En segundo lugar, en la fragmentación del mundo actual, donde el multilateralismo está un poco patas arriba, quienes promueven soluciones negociadas, jurídicas y basadas en el respeto son precisamente los europeos y América Latina. Compartimos una visión similar que, para simplificarlo, es la defensa del multilateralismo. Cuando surge un problema, buscamos soluciones conjuntas, haciendo concesiones respectivas e intentando, con base en la empatía, entender cuál es tu visión, cuál es la mía y ver qué podemos hacer juntos, sin imponer una visión.
La visión de la imposición no es únicamente la de Trump; proviene de muchos otros países. Pero los que no creemos tanto en la imposición y preferimos la negociación somos, básicamente, América Latina y Europa. De hecho, estamos por firmar un acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur, hemos modernizado el acuerdo con México y estamos negociando uno con Colombia. Y si estamos negociando, es precisamente por eso: por buscar soluciones juntos, escuchando las posiciones de cada uno e intentando construir acuerdos. Es más aburrido que la imposición, sí, quizás, pero es mucho más duradero. Frente a los desafíos planetarios, pero también ante la actividad ilegal y el crimen organizado, todos ellos fenómenos que no conocen fronteras, la solución debe ser multilateral.
Presidente Gustavo Petro en instalación del Cuarto Foro China-Celac en mayo. Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
¿La cumbre puede jugar un papel para fortalecer ese multilateralismo en crisis?
La cumbre sirve para que los jefes de Estado se reúnan y digan: “Nos comprometemos a buscar soluciones conjuntas”. Y eso es absolutamente indispensable. La pandemia fue un ejemplo claro de que no se puede avanzar si no se trabaja juntos. Por eso pienso que la cumbre tiene muchísimo sentido: sirve para gestionar nuestra independencia y para promover el tipo de sociedad que queremos. Y considero que los deseos de los latinoamericanos, caribeños y europeos son bastante similares: una sociedad de libertad, solidaridad y justicia social, con acceso a la educación y a la salud, donde podamos pensar que nuestros hijos y nietos vivirán en un mundo todavía habitable. Esa no es siempre una visión compartida por todos en el mundo. Muchos la comparten, pero no todos los países la defienden.
Otro punto importante es que, entre una cumbre y otra, se realiza muchísimo trabajo; no es que no pase nada, al contrario. Lo que hace esta cumbre es medir lo que se ha hecho e impulsar lo que se va a realizar en los próximos años. La relación transatlántica es una relación de todos los días.
Cuando trabajamos en conexión eléctrica en toda la región, en interconexión para promover las energías renovables, no lo hacemos en la cumbre: lo hacemos entre las cumbres, a diario. Lo mismo ocurre con la conexión de alta capacidad para la transferencia de datos entre Europa y América Latina; no es algo que se va a concretar en Santa Marta el 9 de diciembre, es algo que hacemos 24/7. La relación es, por tanto, mucho más que la cumbre. Ahí está básicamente todo el trabajo de cooperación e inversión, que podemos ver a nivel de Colombia, pero que también realizamos en Perú, El Salvador o Argentina. Se trata, en esencia, de promover la transición verde, digital y social. Y eso, en concreto, significa 5G, teleconexión, buses, metros, teleféricos… cosas muy concretas que ya están influyendo en la vida de la gente día a día.
Lo que hace esta cumbre es medir lo que se ha hecho e impulsar lo que se va a realizar en los próximos años. La relación transatlántica es una relación de todos los días.
¿Qué haría usted para que esta cumbre en Santa Marta no termine siendo solo una foto diplomática más?
Si tienes un congreso de medicina, un congreso de oncólogos, los oncólogos salen del congreso con más contactos, quizás con más capacidades, pero no han curado a nadie durante el congreso, porque ese no es el objetivo. Lo de la cumbre es un poco lo mismo.
Los jefes de Estado se reúnen y van a sacar tres declaraciones: una declaración general de política, otra sobre seguridad ciudadana y una tercera sobre economía del cuidado. Esto va a servir de impulso a todo un trabajo que se realiza conjuntamente.
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Por ejemplo, en materia de seguridad, nosotros apoyamos a Ameripol, que es básicamente una especie de Interpol latinoamericana. Tenemos muchos programas de lucha contra distintos tipos de tráficos. En la cumbre también vamos a mostrar todo el apoyo que estamos dando a la interconexión eléctrica, básicamente líneas de alta capacidad entre países.
¿Qué resultado concreto marcaría la diferencia?
Más interconexión eléctrica entre los países para promover energías renovables y reducir las posibilidades de apagones. Eso es concreto. En muchos países también estamos trabajando en supercomputing e inteligencia artificial, con transmisión de datos a más alto nivel, en la producción de vacunas y, aquí en Colombia, en transporte urbano. La Línea 1 del metro la financiamos con 400 millones; la Línea 2 probablemente la vamos a financiar. En Cali, el tren de proximidad. Y estamos por firmar un préstamo de 500 millones con Medellín para trabajar en saneamiento y transporte público.
Lo que hacemos con las cumbres, para seguir mi analogía con el congreso de medicina, es reunir a los especialistas, que en este caso son los jefes de Estado, para que den un impulso político a una agenda bicontinental: conexiones eléctricas, trabajos sobre inteligencia artificial, supercomputing, transmisión de datos a nivel global o las imágenes satelitales del programa Copernicus de la Unión Europea, que se usan en la prevención de desastres.
Vemos que aquí compartimos una visión común: tratar a las personas con respeto, garantizar sus derechos y empoderarlas para facilitar su integración, ya sea a corto o largo plazo. Tengo la impresión de que la aproximación hacia el fenómeno migratorio es bastante parecida.
Esa es la parte regional. Pero también se traduce en una parte bilateral, que incluye temas como transporte público, conexión digital de último kilómetro, agua y saneamiento, más o menos los grandes temas. Entonces, la idea es entender que hay componentes bilaterales y birregionales, que hay acciones concretas que van a cambiar la vida de la gente. El momento de la cumbre es más la fase declarativa, el espacio donde insistimos en la cooperación de región a región.
¿Qué decir de los debates sobre comercio e inversión que tendrán su lugar especial el domingo durante el Foro Empresarial?
La idea es que los emprendedores de la región y de Europa puedan encontrarse, reunirse también con algunos responsables políticos, y que allí comiencen a hablar de lo que mencioné antes: temas que son fundamentalmente transformacionales para una sociedad.
La Europa de hace 20 años tenía las calles totalmente congestionadas y con graves problemas de contaminación, y eso ha cambiado. Todas las ciudades europeas ahora funcionan alrededor de la bicicleta, de los buses eléctricos, y ha bajado el nivel de tránsito. Ese cambio digital, social y verde es mucho más que paneles solares: son transformaciones impulsadas por las empresas.
Roudié es originario de Burdeos y cuenta con más de 18 años de experiencia. Foto:Cortesía Embajada de la UE en Colombia
¿Cómo lograr esa convergencia entre el empresariado y los gobiernos?
Por eso es muy importante que esas empresas estén presentes, y, por supuesto, me gustaría que de la cumbre surja también un elemento que funcione como una especie de ronda de negocios. No vienen acá a firmar contratos, pero sí empiezan a conocerse, a descubrir que tienen iniciativas e intereses comunes. De ahí pueden salir elementos concretos, y eso es importante.
No olvidemos que, desde que se firmó el acuerdo Mercosur-Unión Europea, casi todos los países de América Latina y del Caribe tienen acceso preferencial al mercado europeo. La Cumbre Social, o Foro Social, es algo similar, pero para la sociedad civil: un espacio donde puedan dialogar sobre los temas clásicos de la sociedad civil, empezando por el propio significado de ser sociedad civil. Vamos a hablar, por supuesto, de derechos laborales, de economía viable y de derechos humanos.
El tema de la seguridad, sin duda, es uno que aqueja a ambos continentes, y en la Cumbre también tendrá su espacio la lucha conjunta contra la delincuencia organizada, la corrupción, el narcotráfico y la trata de seres humanos. ¿Cuál es su apuesta en este aspecto?
Nosotros apoyamos los procesos de paz desde hace más de 30 años. Además, nuestra comprensión es que siempre que hablamos de seguridad hay que tratar dos cosas: las manifestaciones de corto plazo, pero también las raíces. Una gran parte de esas raíces está identificada en el acuerdo de 2016. En ese sentido, tenemos un proyecto muy interesante que se llama Alianzas Territoriales de Paz con la Naturaleza, donde básicamente intentamos llevar prosperidad e inversión a las zonas que históricamente estaban bajo control de grupos ilegales, para ofrecer alternativas a la gente. Aquí, por ejemplo, en una zona de Bogotá, hay tiendas que venden quesos del Caquetá. Ese es un buen ejemplo de cómo podemos promover actividades económicas legales que ofrecen oportunidades reales.
Nuestro trabajo consiste en ayudar a implementar esos acuerdos; no negociamos. Entendemos que algunos procesos (de la ‘paz total’) avanzan bien y otros no tanto, pero nosotros seguimos a bordo. Mientras se desarrollan esas negociaciones, intentamos, a través de proyectos, atraer inversión y fomentar la prosperidad en esas zonas, para ofrecer alternativas a las economías ilegales. Eso es, más o menos, lo que estamos haciendo. Nosotros aportamos alrededor de 16 millones de dólares, los Estados miembros contribuyen con otros 6 millones, y el gobierno colombiano pone una cifra similar, unos 16 millones más o menos. El gran desafío es trabajar sobre ese vínculo entre medio ambiente e inseguridad, es decir, los temas de minería ilegal, cultivos alternativos, lucha contra la deforestación e impulso de una prosperidad basada en la economía legal.
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¿Qué lugar ocupa la migración en esta agenda birregional y cree que, así como ocurrió en Europa, se pueden gestionar de manera conjunta los flujos migratorios?
En materia migratoria hay varios aspectos. Uno de ellos es el componente humanitario. Nuestra oficina de ayuda humanitaria, ECHO, es muy activa en Colombia y comprende el enorme desafío que enfrenta el país al recibir a tantos migrantes. Es, en cierta forma, un reto similar al que vivimos dentro de la Unión Europea. Vemos que aquí compartimos una visión común: tratar a las personas con respeto, garantizar sus derechos y empoderarlas para facilitar su integración, ya sea a corto o largo plazo. Tengo la impresión de que la aproximación hacia el fenómeno migratorio es bastante parecida.
Y volvemos a lo que mencioné al comienzo: una mirada humanista, centrada en el respeto a las personas como individuos con derechos y, por supuesto, responsabilidades. Apostamos por una aproximación basada en la dignidad humana, no en la culpabilización ni en la criminalización de los migrantes.
Claramente hay convergencia de intereses entre Europa y América Latina en temas concretos, pero ¿en cuáles percibe usted brechas y en cuáles se debería insistir?
Puede sonar un poco arrogante, pero creo que juntos tenemos razón. La evaluación de lo que se necesita la hemos hecho en conjunto, europeos y latinoamericanos, y pienso que no estamos equivocados.
Estamos haciendo las cosas bien, aunque se trata de una tarea enorme que requiere tiempo.
Lo esencial es avanzar en una transición verde, social y apoyada por la transformación digital. Si no abordamos los desafíos ambientales, cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación, para simplificar, nada de lo demás tendrá sentido. Pero también debemos avanzar en la dimensión social, porque las causas profundas de muchos de los problemas de este continente están en la desigualdad. Ese es el gran reto.
Estamos haciendo las cosas bien, aunque se trata de una tarea enorme que requiere tiempo. En los últimos dos o tres años hemos visto desarrollos que no ayudan: el sistema multilateral, indispensable para sostener una economía verde, digital y social, atraviesa dificultades. Las tensiones entre Estados Unidos y China han afectado ese marco, no por responsabilidad de Europa o América Latina.
Los presidentes Xi Jinping y Donald Trump en su reunión en Corea del Sur. Foto:EFE
¿Qué hacer para afrontar esos desafíos?
Sabemos con bastante claridad cuáles son los grandes desafíos que compartimos. Lo difícil es cómo abordarlos. Tenemos herramientas que nos acercan: tratados que garantizan seguridad jurídica, una gran proximidad cultural, promoción de inversiones, cooperación en procesos de paz y seguridad ciudadana. Todo eso lo estamos haciendo razonablemente bien, pero los resultados estructurales toman tiempo.
El ejemplo del metro es ilustrativo: cuando esté listo, transformará la vida cotidiana, pero su construcción requiere años. Lo mismo ocurre con esta agenda birregional. Cada dos años los jefes de Estado se reúnen para revisar los avances, y entre tanto hay múltiples encuentros bilaterales que permiten seguir construyendo.
A menudo, lo que transforma directamente la vida de las personas sucede en el plano bilateral: infraestructura, economía, empleo. Lo birregional, en cambio, tiene efectos menos visibles pero fundamentales: cooperación policial a través de Ameripol, intercambios entre expertos, reflexión conjunta sobre legislación o sobre cómo abordar fenómenos como las redes sociales. Son procesos que no se notan día a día, pero que tienen un impacto estructural profundo.
Europa enfrenta una crisis interna por el auge de la derecha radical y el euroescepticismo. ¿Cómo cree que ese clima político afecta la política exterior hacia América Latina?
No creo que tenga un impacto significativo. Cada continente tiene sus propios ritmos electorales y, en cierto modo, vivimos en una especie de elección permanente. Sí hubo un empujón a la derecha en Europa, pero vamos a ver quién gana en Holanda. A nivel europeo, los cambios políticos dentro de los Estados miembros se ven matizados por las instituciones comunitarias. El Parlamento Europeo, efectivamente, se ha desplazado un poco hacia la derecha, pero eso no está transformando de manera fundamental la orientación de la Unión Europea.
Las tensiones entre Estados Unidos y China han afectado ese marco, no por responsabilidad de Europa o América Latina.
En América Latina, como hay menos institucionalidad que en la Unión Europea, por ejemplo, entonces los cambios políticos pueden tener un poco más impacto sobre las dinámicas a nivel intercontinental. Cuando hablamos de seguridad hoy, no es muy distinto a cuando había más gobiernos de izquierda en América Latina. De hecho, entonces se creó Ameripol, un mecanismo de cooperación policial que no responde a una orientación política determinada. Por eso pienso que las evoluciones internas en cada continente no afectan la relación bicontinental.
Lo que sí influye más es la crisis del multilateralismo, que no proviene ni de Europa ni de América Latina, sino de actores externos. En particular, las tensiones entre China y Estados Unidos, y por supuesto la actitud de Rusia, que concretamente ha puesto el derecho internacional en la basura.
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CAMILO A. CASTILLO — Subeditor Internacional — X: @camiloandres894