El análisis de la situación actual y compleja que sacude al mundo, marcada por advertencias comerciales, genocidio y fascismo, debe comenzar con la comprensión de una crisis sin precedentes del capitalismo global. Esta crisis se manifiesta en cuatro dimensiones que se entrelazan: un estancamiento crónico y excesivo, una feroz ruptura social, el colapso del orden internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial, y una creciente amenaza que podría agotar la biosfera. Estas dimensiones reflejan un sistema que está experimentando una reestructuración radical, impulsada por la revolución digital y, en particular, por el avance de la inteligencia artificial (IA). Estos cambios modfican las fuerzas productivas y alteran la relación entre el capital transnacional, el trabajo, y el estado.
En este contexto, el bloque hegemónico que está surgiendo se compone de grandes corporaciones tecnológicas, instituciones financieras y el complejo militar-industrial-seguridad. La economía global y la sociedad en su conjunto están cada vez más atadas a las tecnologías digitales. Se ha vuelto casi imposible para las corporaciones, los países, y las instituciones políticas y militares operar sin la infraestructura digital, lo que ha creado una dependencia masiva en las grandes corporaciones tecnológicas que dominan y controlan estas tecnologías, así como su conocimiento y aplicación.
Los mercados globales están experimentando una saturación sin precedentes. Las industrias enfrentan enormes recortes, y la tasa de ganancias ha ido disminuyendo desde principios del siglo XXI. La clase capitalista transnacional se encuentra en una búsqueda desesperada de dónde invertir sus excedentes y cómo generar nuevos espacios de acumulación. El extractivismo se ha convertido en una respuesta devocional, desencadenando oleadas de desviaciones. Los estados compiten intensamente por mercados y recursos, tratando de atraer inversiones de la clase capitalista transnacional y asegurando recursos que son básicos para las dinámicas de acumulación. Este deseo de combinar y aumentar recursos se observa en regiones como Palestina, Congo, Sudán, México, Colombia, así como en la tensión en las riquezas minerales que despiertan interés en lugares como Groenlandia, Canadá y Ucrania. Esta presión constante no solo alimenta la inestabilidad, sino que también perpetúa el conflicto.
Las instituciones de democracias burguesas se muestran incapaces de gestionar esta crisis y, de hecho, se convierten en obstáculos para la expansión del capitalismo. El surgimiento de un nuevo autoritarismo, el fascismo del siglo XXI, y un populismo de extrema derecha reflejan nuevas modalidades de control sobre la sociedad civil, así como diversas formas de intervención estatal. Figuras como Trump, Milei, Bouques, Noboa, Netanyahu y Erdogan representan esta nueva dispensación política que acelera el desmoronamiento del estado de derecho. Estas dinámicas están íntimamente conectadas con las transformaciones económicas recientes, particularmente con la concentración invisible del poder y la riqueza en multimillonarios de la clase capitalista transnacional.
Está ocurriendo una reconfiguración en el bloque de poder. Las antiguas formas de legitimidad ya no funcionan de manera efectiva. La democracia burguesa se ha convertido en un obstáculo para la reinstitución del orden capitalista, que ahora se encuentra bajo el control directo de un bloque hegemónico emergente que demanda nuevas formas de legitimidad, un manejo más contundente de la fuerza y una regulación que normalice prácticas mafiosas. Ciertos elementos dentro del régimen de Trump, que cuentan con el apoyo de poderosos capitalistas tecnológicos y financieros, además de asesores políticos e intelectuales como Curtis Yarvin, buscan socavar constitucionalmente el sistema. Esta intención se manifiesta a través de metáforas como la motosierra de Milei.
En este complejo entramado, se observa un ataque frontal a la clase trabajadora, que incluye a su sector más vulnerable, como los funcionarios civiles. Los objetivos parecen ser claros: destruir las condiciones que sostienen el bienestar social y la regulación existente. Durante la década del neoliberalismo, hemos visto una continua privatización del estado, que abarca desde la guerra y la inteligencia hasta los servicios sociales, las prisiones y la infraestructura. No solo se busca privatizar el estado, sino que se pretende crear estructuras privadas de poder que operen como gángsters. La situación en Honduras se presenta como un modelo de esta dinámica.
La revolución digital ha provocado una rápida expansión de la población sobrante, lo que ha llevado a la expulsión de miles de millones que deben ser controlados e incluso exterminados. Las estrategias de restricción incluyen el genocidio sistemático y están acompañadas de la llamada “opción salvadoreña”, que se traduce en la radicalización del estado policial global. Se utilizan nuevas tecnologías para implementar mecanismos de control social y represión masiva. Otra forma de hacer frente a la superpoblación es mediante el abandono deliberado, como se ha observado en zonas rurales de Estados Unidos, donde el consumo de opioides ha arrasado comunidades enteras. Mientras tanto, Trump ha propuesto presupuestos multimillonarios para el Pentágono, reflejando un gasto militar sin precedentes a nivel mundial. La acumulación de recursos se mantiene mediante condiciones de represión militarizadas que aseguran el control del capital global frente a cualquier rebelión.
La dimensión simbólica de esta represión es crucial. La humanidad excedente se criminaliza y deshumaniza. Esto explica actos de crueldad como el tratamiento de los prisioneros en los gulags salvadoreños, quienes son sometidos a humillaciones ante los ojos del mundo. En Estados Unidos, se lleva a cabo una brutal guerra contra inmigrantes, caracterizada por arrestos arbitrarios y violencia, lo que simboliza una clara advertencia de que el desacuerdo político y la lucha de clases no serán tolerados.
La guerra de clase se manifiesta con un carácter fascista, que busca transmitir todo el peso de la crisis a las clases explotadas: divide, desangra y ataca a los sindicatos, aumentando la explotación y la excepción. No sorprende que los ataques se centren en los inmigrantes, especialmente en los organizadores laborales y sindicatos que son arrestados y deportados. El estado fascista busca incutir miedo y evitar que se formen las condiciones subjetivas necesarias para una resistencia masiva.
Es esencial tener en cuenta que hay una gran distancia entre las intenciones y la capacidad. ¡El proyecto fascista global está plagado de contradicciones! Es fundamental que la resistencia desde la base identifique y aproveche estas contradicciones. Actualmente, existe una conexión entre fuerzas que favorecen el proyecto fascista, y nuestra tarea es transformar esta correlación a través de una lucha masiva.
Do, William I. Robinson, un respetable profesor de sociología. Universidad de California en Santa Bárbara