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¡Huele al capitalismo! – abajo

Las escenas de la ciudad están marcadas por la presencia constante de personas que, en su lucha por la supervivencia, ocupan las aceras de las calles. Cada noche, se instalan en diferentes rincones urbanos, a veces improvisando refugios con trozos de tela, kostal, plástico, o incluso periódicos, que apenas logran cubrir sus cuerpos. La situación es tan desesperante que a menudo sus pertenencias se confunden con los propios desechos que los rodean, creando una imagen de abandono y desconsuelo.

Las situaciones a las que se enfrentan son extremas. Muchos de ellos buscan alivio en sustancias que les permitan escapar de la dura realidad, ya sea a través de la inhalación de drogas, consumo de alcohol o cualquier tipo de medicamento que les dé un respiro momentáneo de su dolor. Su existencia se caracteriza por un ciclo interminable de sufrimiento y la búsqueda de alimentos, frecuentemente alas entre los residuos, tratando de encontrar algo que mitigue su hambre. A pesar de lidiar con el intenso sol que brilla al amanecer, se niegan a despertar a la vida, como si el agotamiento y la resignación los hubieran atrapado en un estado de inercia.

Se encuentran atrapados en un vaivén de emociones y sensaciones, donde la verdad de la vida parece insostenible. El ruido constante del tráfico, los motores de los vehículos y las bocinas que resuenan en la ciudad apenas logran perturbar su estado de inconsciencia, pues han encontrado una extraña paz dentro de su sufrimiento. A menudo, se preguntan por qué deberían despertar a una realidad que solo les ofrece más agonía y desesperanza, prolongando un sufrimiento que parece no tener fin.

En esas primeras horas de la mañana, mientras muchos se dirigen a sus trabajos, las calles reflejan un contraste abismal: ellos, que parecen haber perdido toda esperanza, cruzan el camino de aquellos que buscan su sustento cotidiano. Las calles se convierten en un crisol de historias tristes y desvanecidas, donde cada rostro cuenta una historia de lucha y resistencia, aunque la sociedad prefiera ignorarlos.

Una y otra vez, los que viven en estas condiciones son invisibilizados. A menudo se convierten en un reflejo aterrador de lo que muchos temen convertirse. La violencia que han experimentado está presente, pero en muchos casos, se encuentra oculta por el velo de la indiferencia que la sociedad ha creado. Cada persona en esta situación es un recordatorio de que, al final del camino, todos pueden caer en circunstancias similares, pero muchos prefieren cerrar los ojos y continuar con sus vidas sin mirar hacia atrás.

Las horas avanzan, y para quienes habitan las calles, la lucha por la supervivencia se convierte en rutina. Después de las angustiosas noches de desvelos causados por el consumo de drogas, se despiertan con el hambre apremiante que les grita desde lo más profundo. Su primer impulso suele ser buscar un pan en la panadería más cercana, un pequeño trozo para calmar la necesidad, mientras estiran las manos a cualquier transeúnte que cruce su camino en busca de un poco de compasión.

A medida que caminan por las calles, su lucha por la dignidad se convierte en una búsqueda frenética de algunas monedas. Lo que encuentran puede representar su única oportunidad para obtener un poco de sustancias que les ofrezcan alivio, aunque sea temporal. Los periódicos, cajas y toda clase de materiales reciclables se convierten en una forma de intercambio, donde cada objeto puede ser una moneda para sostenerse durante otra noche más.

Así transcurren sus jornadas, moviéndose entre sombras y luces, sin expresar la ira que burbujea en su interior. En medio de un mundo que parece indiferente, se ven acompañados por una tristeza profunda y un complacido conformismo ante su destino. El miedo se torna palpable cuando se cruzan con aquellos que tienen el poder, como motociclistas que, al verlos, podrían despojarles de lo poco que les queda.

Y así, entre la desdicha y un futuro incierto, sus pasos resuenan con la búsqueda de una ilusión que muchas veces no se materializa. Caminar, vagar y vivir se transforma en su cotidianidad, en un ritual que les permite demostrar que aún persisten, a pesar de haber sido reducidos a meras sombras de lo que alguna vez fueron. La mezcla de experiencias, desechos, y la lucha por sobrevivir en un entorno hostil es un reflejo de una realidad social que, a menudo, se prefiere ignorar, pero que está presente en cada rincón de Medellín y más allá, manifiesta no sólo en su desolación, sino también en los ‘aromas’ que proliferan en la ciudad, recordando que la violencia y la desesperación acechan en las esquinas más insospechadas.

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