El periodista científico examina la realidad de que habitamos en una oligarquía, en vez de en sistemas democráticos, y advierte sobre la represión que enfrentan los movimientos sociales, especialmente aquellos enfocados en el ecologismo.

Madrid – 16 / 05 / 2025. Un informe reciente reveló que el 10% más acaudalado de la población mundial generó un impactante 48% de las emisiones de carbono durante el año 2019. En contraste, el 50% más pobre de la población sólo contribuyó con un 12%. Estas cifras provienen del Informe de desigualdad global 2022, presentado por Desigualdad de laboratorio mundial, un estudio fundamental que mide la distribución de la riqueza en el planeta y la impresión climática de cada estrato social. El periodista ecológico Hervir el kempf (originario de Amiens, Francia, 1957) también cita este informe en su nuevo cómic, Cómo un rico planeta de robo (Libros Garbuix), ilustrado por Juan Méndez. El autor responsabiliza a los multimillonarios, al neoliberalismo y a la disparidad entre el norte y el sur global como actores principales del daño infligido a la biosfera. En una conversación con Público, explica cómo estos factores se entrelazan con la crisis climática y ofrece su visión sobre el escenario actual.

¿Qué relación existe entre la explotación laboral y la explotación de los recursos naturales?

En la actualidad, nos encontramos en una situación donde la presión ecológica es más intensa que nunca antes en la historia de la humanidad, al tiempo que también soportamos una presión laboral extremadamente elevada. Desde el surgimiento del capitalismo en el siglo XVIII, la explotación tanto del trabajo como de los recursos naturales ha estado indisolublemente ligada a la Historia de la esclavitud. Por ejemplo, el cultivo de algodón en Ahora fue crucial para la industria británica gracias al uso de esclavos traídos de África. El colonialismo ha sido un motor del desarrollo capitalista. Mientras que en el siglo XIX se centró más en la explotación del trabajo, fue desde la década de 1970 que comenzamos a captar que tal progreso sólo era viable a través de la explotación de nuestros recursos naturales.

A finales del siglo XIX, la importancia del carbón y el petróleo como fuentes de energía se volvió evidente para el impulso industrial. Pero fue en este contexto que reconocimos que no solo la fuerza laboral, como el carbón y el petróleo, era esencial, sino también los bosques, la agricultura y la minería, imprescindibles para sostener el crecimiento del sistema en el que vivimos. Aunque, en varias naciones occidentales, la calidad de vida ha mejorado, este progreso se ha logrado a costa de dañar gravemente la biosfera.

En sus cómics, aborda el tema del “precio externo” del capitalismo.

Este concepto económico resulta ser crítico. Cuando una empresa busca generar beneficios, suele tener un impacto externo negativo en la biosfera, ya sea en la ecología de un río o en la calidad del aire. Generalmente, este tipo de producción lleva a resultados contaminantes. Sin embargo, esta contaminación se convierte en una carga social, es decir, su costo recae sobre toda la sociedad. Las empresas solo consideran sus costos de producción y los ingresos generados, ignorando la carga social que la contaminación impone. Actualmente, la contaminación de la biosfera es abrumadora, desde la polución oceánica por plásticos, por ejemplo. Estos costos externos son extraordinariamente altos, pero son la sociedad, y no la economía, quienes los soportan.

¿Qué implica que la sociedad absorba los daños ambientales?

En un sentido, esto indica que los beneficios son en gran parte artificiales y, por lo tanto, particularmente injustos. Por otro lado, aunque la economía presente puede lucir prometedora, acaba destruyendo todas las posibilidades de un futuro próspero. Así, los costos externos se convierten en una herramienta vital para evaluar la fragilidad de la economía actual.

¿Cómo se manifiestan estos costos externos en una biosfera afectada por pandemias como la de Covid-19?

Existen dos elementos principales que sugieren que el Covid-19 es un subproducto de esta dinámica de costos externos. Primero, se considera que el virus tiene orígenes en especies animales ocultas en los bosques. Segundo, la expansión de la agricultura, las urbes y el desarrollo industrial ha reducido estos hábitats silvestres, facilitando el contacto del virus con otras especies animales, y su eventual transmisión a humanos.

¿Hay otros factores en juego?

Asimismo, podemos mencionar un tercer elemento: el tráfico aéreo ha alcanzado niveles tan elevados que una pequeña epidemia en China pudo propagarse a nivel global en cuestión de meses. A diferencia de la pandemia de gripe de 1918 [comúnmente conocida como gripe española], que tomó años en expandirse por todo el mundo, hoy estamos viendo cómo los fenómenos pandémicos suceden a un ritmo alarmante. Resulta claro que las pandemias contemporáneas son un reflejo de los costos externos del capitalismo sobre la biosfera. Epidemiológicamente, se advierte que fenómenos similares podrían repetirse. Actualmente, existe gran preocupación en torno a la gripe aviar que afecta a aves en los Estados Unidos, con posibilidades de transferencia a humanos.

¿Quiénes son los verdaderos responsables de esta crisis ecosocial?

La teoría que compartimos, tanto Juan Méndez, el ilustrador de cómics, como yo, es que los verdaderos culpables de esta crisis ecosocial son los ultra-ricos. Miles de millones de personas que poseen una riqueza exorbitante son, en gran medida, responsables de esta crítica situación. Pero, ¿cuáles son las razones detrás de esto?

Uno de los primeros aspectos a considerar es que, desde 1980, hemos sido testigos de un importante incremento en la desigualdad en países occidentales. Este fenómeno coincide con la llegada al poder de Margaret Thatcher en el Reino Unido en 1979 y de Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1981. En las tres décadas anteriores, aunque el sistema no era perfecto, existía un equilibrio razonablemente estable en la distribución de ingresos. Pero desde los años 80, empezamos a observar un marcado aumento en la desigualdad, primero en Estados Unidos, luego en el Reino Unido, y finalmente en toda Occidente.

¿Qué fue lo que exactamente ocurrió?

Se dio inicio al neoliberalismo. Los gobiernos de Reagan y Thatcher implementaron políticas que priorizaban reducciones fiscales para los ricos y las corporaciones, así como la liberalización del movimiento de capital. Este enfoque favoreció la creciente desigualdad cada año y por cada nación. Este patrón continuó incluso tras la crisis económica de 2008, se detuvo durante aproximadamente dos años, pero posteriormente se reanudó, generando quizás la mayor desigualdad que hemos visto en la historia.

¿Y cómo se relaciona la desigualdad económica con la crisis climática?

Consideramos pertinente la teoría del economista Thomas Venn, que sostiene que las personas en cada sociedad compiten simbólicamente entre sí. Pueden querer tener un reloj ostentoso o una camisa exclusiva, lo que les otorga prestigio sobre los demás. Esto se conoce como rivalidad ostentosa. En sociedades jerárquicas, los individuos intentan obtener esta distinción imitando a los miembros de grupos sociales superiores, quienes, a su vez, perpetúan esa dinámica hacia los que están por encima de ellos en la pirámide social, donde se encuentran Elon Musk, Jeff Bezos y Donald Trump, entre otros ultra-ricos.

Todos estos ultra-ricos compiten por yates, aviones y demás bienes materiales, y su modelo cultural establece un patrón para toda la sociedad. La creciente desigualdad es palpable y los niveles de producción material nunca han sido tan altos. Generalmente, consumimos más bienes de los que realmente necesitamos, lo que ocasiona una pérdida de recursos desmesurada. Este abuso de recursos es una de las causas críticas del daño a nuestra biosfera, debido a un consumo excesivo de bienes y energía.

¿Estamos viviendo en una democracia o en una oligarquía?

La realidad es que habitamos en una oligarquía. En su último discurso como presidente de los Estados Unidos, Joe Biden ya señaló que la nación se ha convertido en una oligarquía, un punto que también fue mencionado anteriormente por Bernie Sanders. Los griegos definieron este modelo político como el poder (Arco) de unos pocos (Olígos). Esto se traduce en un sistema donde solo un pequeño grupo de individuos discute entre sí para tomar decisiones que afectan a toda la sociedad. Y efectivamente, nos encontramos en esta disyuntiva.

Esto se manifiesta con claridad en los Estados Unidos, donde el dinero es el principal medio para acceder al poder. Se requieren millones de dólares para financiar una campaña electoral y, por ejemplo, Donald Trump es multimillonario. Recibe apoyo de individuos como Musk, Bezos, Zuckerberg y otros ultra-ricos. Algo similar ocurre en Francia, donde los multimillonarios influyen notoriamente en la política y controlan una parte significativa de los medios de comunicación. Nos hacemos la ilusión de que existe democracia, pero en realidad estamos siendo gobernados por oligarcas que, como siempre, priorizan sus propios intereses por encima de la mayoría.

¿Cómo impone la oligarquía su visión del mundo?

Los oligarcas emplean tres herramientas principales para consolidar sus intereses. La primera es el control político. En Francia, Emmanuel Macron se benefició de las campañas más ricas en 2017, lo que le ayudó a guiar la agenda política. La segunda herramienta es el control de los medios, incluidas las redes sociales. De este modo, la narrativa en torno a extranjeros peligrosos y la nula atención hacia la ecología, los problemas de la biosfera o la desigualdad puede dominar la opinión pública y manipular el sentido de la ciudadanía.

La tercera herramienta que utilizan los oligarcas para imponer su perspectiva es la represión a través de la policía, que ha cobrado un cariz extremadamente violento en los últimos tiempos. Muchos países poseen ahora cuerpos policiales peligrosos que actúan contra aquellos que se manifiestan en las calles. Durante las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia, numerosos ciudadanos sufrieron lesiones y heridas graves por parte de las fuerzas de seguridad. Actualmente, se empiezan a utilizar técnicas de reconocimiento facial asociadas a la inteligencia artificial para identificar a los manifestantes.

¿Hay espacio para la esperanza?

Definitivamente. La creciente conciencia sobre la grave crisis ecológica es un indicativo esperanzador. Un estudio reciente publicado en la revista Cambio climático natural mostró que el 89% de la población mundial desea que sus gobiernos tomen medidas más contundentes para combatir el calentamiento global. Esto significa que, incluso más personas de las que podríamos imaginar, son conscientes del problema ecológico que enfrentamos y quieren que sus gobiernos implementen políticas para abordarlo. Esto es fundamental. Además, observamos numerosas iniciativas para revertir el capitalismo en diferentes países. Un claro ejemplo es la cooperativa Mondragón, situada en Euskadi, que ha demostrado ser exitoso. También notamos el auge de la bicicleta en diversas ciudades, el consumo de alimentos orgánicos, las calefacciones solares y múltiples alternativas renovables, además de un creciente número de jóvenes que optan por vivir en comunidad. En líneas generales, hay un número creciente de personas que buscan el cambio. De hecho, cada vez son más las rebeliones y movilizaciones. Espero que este momento de conflicto indique que la población está lista para el cambio, para superar el dominio de los oligarcas.

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