11/12/2025 Hay movimiento en Belem. Por un lado, en la cumbre oficial, que se inauguró ayer (10N, ndr.) y donde durante dos semanas las delegaciones de los países discutirán si es posible avanzar en términos de mitigación, financiamiento y mecanismos para una transición justa. Por otro lado, en diversos foros y espacios de encuentro donde organizaciones y grupos sociales de todo el mundo, especialmente de América Latina, intentan estos días revitalizar las alianzas internacionalistas para contrarrestar la ofensiva extractiva global.

Desde el principio, en realidad, no se puede esperar mucho. Durante demasiado tiempo, las COP se han convertido en un ritual por el que desfilan los principales líderes mundiales –en esta ocasión, ni siquiera los de los países con mayores emisiones: China, Estados Unidos, India, Rusia– para emitir solemnes declaraciones de intenciones y promover nuevos mecanismos que, cuando cae el telón de las cumbres, no tienen una traducción efectiva en cronogramas y presupuestos. “No queremos que sea un mercado de productos ideológicos, queremos algo muy serio y que se apliquen decisiones”, afirmó. el presidente de brasilreconocer las ineficiencias de algunos de los vértices que se mueven entre el lavado verde y el negocio como siempre.

En el segundo, sin embargo, es posible encontrar renovadas esperanzas. En paralelo a la COP 30 -también podríamos decir que a diferencia de la cumbre oficial- una multitud de organizaciones y movimientos indígenas, ambientalistas, sindicales, feministas y anticapitalistas se reunieron en Belém para repensar estrategias y reactivar organismos internacionales para mejorar los procesos de lucha y resistencia. Siguiendo la experiencia del Foro Social Mundial y los esfuerzos por superar las contradicciones de los gobiernos progresistas, el objetivo es promover procesos de autoorganización comunitaria que renueven el tejido social y miren más allá de las constantes demandas del Estado.

Cumbres populares

Las cumbres populares se celebran desde hace treinta años en el marco de las cumbres climáticas promovidas por las Naciones Unidas. Este año, luego de tres ediciones de la COP celebradas en países caracterizados por la criminalización del derecho a la protesta y la persecución de activistas y organizaciones críticas con los gobiernos, se ha recuperado el interés de los grupos sociales en este foro. En la Cúpula dos Povos, en Belém, habrá representantes de más de 1.200 organizaciones de todo el mundo, que se agruparán en torno a un objetivo: “Fortalecer la movilización popular y converger en agendas únicas: socioecológicas, antipatriarcales, anticapitalistas, antirraciales y coloniales, basadas en los derechos humanos, y manifiesto.

La cumbre nacional comenzará mañana 12 de noviembre, un marcha del río de más de 200 barcos en los que irán unas 5.000 personas. Con esta caravana náutica, los movimientos participantes en esta cumbre alternativa “se unieron para hacer resonar por las aguas un grito de condena contra las decisiones de la ZP que perpetúan este modelo de explotación territorial”. Como dijo uno de los portavoces de la iniciativa, “las aguas del Amazonas traen voces que el mundo necesita escuchar: las que defienden la vida, los territorios y el clima”.

Decenas de charlas, talleres y asambleas que se desarrollarán durante cuatro días en el marco de la Cumbre de los Pueblos culminarán el sábado 15 de noviembre con grandes manifestaciones, a las que seguirán acciones descentralizadas en muchos otros países. El domingo 16 se presentarán las demandas de la Cumbre Nacional en el pleno de la Comunidad de Práctica.

En este evento, el más grande de todos los que reunirá a activistas y organizaciones sociales en torno a la COP 30, uno de los temas que sin duda será objeto de discusión es las relaciones del movimiento con los gobiernos progresistas. Hace tres semanas, sin más, la empresa estatal Petrobras recibió la aprobación del gobierno Lula para explotar petróleo en aguas profundas a unos 500 kilómetros de la desembocadura del río Amazonas. En una ciudad decorada para la ocasión con miles de coloridos carteles publicitarios que enfatizan la importancia del cuidado de la Amazonia, la distancia entre la habitual retórica del capitalismo verde y la siempre postergada urgencia de transformar la matriz de exportaciones primarias volverá a ser evidente.

Pero este foro no es de ninguna manera el único que se lleva a cabo en Belém al margen de las iniciativas patrocinadas por el gobierno brasileño. Del 8 al 11 de noviembre, el II Encuentros Ecosocialistas de América Latina y el Caribeen el que doscientos activistas de diferentes países se reunieron para, a partir de la experiencia de la lucha contra el robo territorial, pensar en estrategias para fortalecer un frente común internacionalista que pueda enfrentar la crisis socioecológica. Asimismo, del 7 al 12 de noviembre, IV Encuentro Internacional de afectados por represasresultado de un proceso de coordinación internacional de la lucha de la comunidad contra las grandes centrales y centrales eléctricas que lleva tres décadas en marcha.

Pueblo contra el extractivismo

En un planeta sumido en emergencias climáticas y desigualdad extrema creada por el Capitaloceno (y las políticas que pintan de verde al capitalismo), voces de resistencia diversa contra el modelo extractivista se han unido a una coalición. Pueblos contra el extractivismo. Este espacio fue fundado en Belem el 9 de noviembre para unir y articular movimientos, comunidades y organizaciones que enfrentan el despojo y apuestan por una transformación profunda de un sistema que amenaza vidas y territorios.

En esta red internacional se integran experiencias principalmente de América Latina y Europa, aunque con la determinación de ampliar su presencia en el continente africano. La coalición está integrada por movimientos locales, pueblos indígenas, afrodescendientes y campesinos, así como diversas organizaciones sociales de masas. Todos luchan, desde diferentes frentes, contra el mismo enemigo: el modelo extractivista que mantiene la sobreexplotación continua de los bienes comunes y la ampliación de las fronteras de producción hacia territorios considerados “improductivos”. No se limita a la minería o al petróleo; También incluye monocultivos, agronegocios, biocombustibles y megaproyectos energéticos que consolidan el modelo dependiente y generan la reprimarización de las economías periféricas.

Para esta red, el extractivismo no es sólo una práctica económica, sino también una forma de organización del poder dentro de las democracias liberales y un mecanismo de dominación que condiciona la vida de las comunidades. En esta nueva fase de acumulación capitalista, el despojo –cínicamente transformado en zonas de sacrificio– se impone a las personas y sus territorios, ahora justificado en nombre de la transición energética. en eso capitalismo verde militarLa Unión Europea, los Estados Unidos de América y China compiten por el control de los minerales necesarios para sostener el metabolismo económico del centro capitalista. En esta carrera acelerada por asegurar el acceso a materias primas críticas, que no representa ningún progreso real en la transición ecosocial, la minería es actualmente la expresión más violenta del extractivismo: militarización, desplazamiento forzado, racismo, criminalización e incluso asesinato de quienes defienden los bienes comunes.

La Alianza de Naciones Contra el Extractivismo defiende que la protección de hábitats y ecosistemas es inseparable de la lucha contra la ofensiva extractivista neocolonial. Este internacionalismo se teje, para empezar, en la condena y el apoyo a los pueblos de Ecuador, Panamá y Perú, donde la represión estatal se ha intensificado en los últimos meses con detenciones arbitrarias, militarización de comunidades y procesamiento de líderes ambientales y sociales. Y al mismo tiempo, ante la ampliación de la frontera extractiva, se basa en construir alternativas desde abajo.

La resistencia territorial se organiza en defensa del agua, la tierra, los territorios y quienes los habitan, articulando diferentes luchas y demandas. En Ecuador, las comunidades amazónicas pararon proyectos petroleros; en Panamá, un movimiento popular logró detener una concesión minera después de semanas de movilización; En Perú, las patrullas campesinas mantienen viva la defensa colectiva de los comunes. Estos procesos reposicionan el derecho a la resistencia como una práctica común contra el neocolonialismo extractivista.

El planeta y las comunidades no pueden seguir esperando la buena voluntad de los gobiernos que promueven la fiebre extractiva. Frente a la confiscación de territorios, la militarización y la impunidad corporativa, esta red internacionalista pretende fortalecer la defensa del territorio como cuerpo vivo, porque el territorio no es un recurso: es la base material de la vida de las comunidades y de la naturaleza que lo habita, y en el caso de los pueblos indígenas, la base espiritual de la vida. También el derecho a la resistencia, la autodefensa y la autodeterminación de los pueblos, como pilares de la justicia ecológica y social. Y construir alternativas comunitarias, como economías solidarias, autogobierno, redes feministas y agroecológicas y muchas otras prácticas impulsadas por organizaciones locales.

Fortalecer las redes contrahegemónicas transnacionales es clave para enfrentar el poder corporativo y avanzar hacia el horizonte de la vida digna y la justicia climática. Como reitera Pueblos contra el Extractivismo en su argumentación: nuestros territorios no se negocian, se defienden.

pedro ramiroObservatorio de Empresas Multinacionales de América Latina (OMAL)

Maureen Zelaya ParedesAmbientalistas en acción

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