La poesía, las novelas y las canciones utilizan los ojos como expresión inevitable de la belleza femenina. Son su prenda más enigmática, y si nos deslizamos por la siempre resbaladiza pendiente de lo común, las ventanas del alma. Ojos negros, verdes, azules. Madame Bovary son a veces marrones, a veces azules y también negras. Más que el error de Flaubert, el más meticuloso de sus registros en cometer tal error, Vladimir Nabokov explica que esta variedad se debe a que “tenían algo así como capas sucesivas de color que, más densas en la parte inferior, se volvían más pálidas a medida que se acercaban a la superficie de la córnea”. El propio Flaubert lo guía por este camino: “lo más bello de él eran sus ojos; aunque eran marrones, parecían negros…”
Los ojos negros son siempre el abismo de la fatalidad en la literatura. Los ojos que presagian desgracias sólo pueden ser tan negros como una noche sin estrellas; y su mismo color anuncia que traerán dolor al amante que sufre bajo su luz oscura. Ojos para perderse en ellos, con ellos y a través de ellos, aunque en su negrura advierten del peligro mortal de sólo mirarlos.
La canción rusa “Black Eyes” dice en una de sus deslumbrantes estrofas: “Veo en ellos el dolor de mi alma/Veo en ellos la llama de la victoria/y en ella un pobre corazón quemado…”; Qué bien nos lleva al cantante que popularizó la voz de Luča Gatica: “Vendo ojos negros/quién me quiere comprar/los vendo como curanderos/porque me pagaron mal…”
“Por unos ojillos negros, así como las penas del amor/ hace tiempo tuve añoranzas/ alegrías y de mal gusto…”, duele el clásico bolero “Un viejo amor” de Olimpo Cárdenas; y la letra del tango “Por unos ojos negros” le grita al bandoneón: “¿Por qué me hechizaron tus ojos? ¿Por qué? / Si después tuviste que irte / Sólo me queda un recuerdo helado / de tus ojos de sombras y cristales…”
Para ser justos, la angustia poética no proviene sólo de los ojos morados; Los ojos claros también juegan un papel, como en el madrigal que Gutierre de Cetin legó a una posteridad esquiva: “ojos claros, serenos/si te alaban con una mirada dulce/por qué, si me miras, pareces enfadado…?”
Los ojos azules no se quedan atrás, y el cielo y el mar son su comparación más común y fácil: “y sin embargo tus ojos azules/el azul que tienen el cielo y el mar…”, dice el tango de José María Contursi “Sombras nada más”, que se convirtió en bolero en la voz de Javier Solís. Enormidad y misterio. “Tu pupila es azul y, cuando sonríes, / su suave claridad me recuerda / el resplandor tembloroso de la mañana / reflejado en el mar”, insiste la lira de Bécquer.
¿Y los ojos verde esmeralda, los ojos verde mar, los favoritos de Agustín Lara?: “esos ojos verdes / con una mirada brillante / quedaron en el alma / una sed eterna de amor…” Los ojos esmeralda, en los poemas, las manos de marfil, los dientes de perla, los labios de rubí no siempre casan que de ella no salen los ojos esmeralda de la piedra moderna. Y no hay novela de la prolífica Corín Tellado que no comience con una heroína de ojos verdes brillantes y apasionados.
Bucólico en sus comparaciones, Cantar de los cantares No colorea los ojos de la amada, pero dice que son palomas, su cabello como un rebaño de cabras, sus dientes como ovejas trasquiladas. Y “tus dos tetillas son como dos cabras gemelas, pastando entre lirios”, traduce fray Luis de León.
Pero volvamos a los ojos negros, tan insidiosos. El color de ojos lo define el iris, por eso hay ojos marrones, que es lo mismo que marrón o castaño; color avellana, intermedio entre marrón y verde; color miel o ámbar; y verde, azul y gris. Pero, estrictamente hablando, no hay ojos morados. A pesar de todos los elogios, los ojos negros son un invento romántico.
Tener los ojos realmente negros es una rara excepción, resultado de una enfermedad congénita llamada aniridia, y luego el iris negro se mezcla con la pupila, lo que, lejos de ser fascinante, resulta inquietante por su anomalía, porque es como si una persona, desde la completa negrura, no pudiera mirarnos. Quienes padecen esta enfermedad padecen fotofobia, son propensos a sufrir cataratas y glaucoma, entre muchas otras amenazas de ceguera. No hay nada parecido al encanto en esos ojos. Flaubert lo sabía: los ojos de la heroína de su novela “parecían negros”… pero no lo eran.
La cosa se vuelve patológica. Los ojos negros se convierten en una maldición, no para quienes los ven con apasionada atracción, sino para quienes, por una de esas coincidencias, los tienen.
Pero, de todos modos, dejemos los ojos negros como verdad alternativa, para que sigan siendo abismos de muerte.
19 de octubre de 2025
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