24/11/2025. Agotados por más de tres años de ataques rusos, las y los ucranianos están cada vez más dispuestos a aceptar compromisos políticos injustos y concesiones territoriales severas para poner fin a la guerra. Sin embargo, no es nada seguro que esta difícil elección vaya a traer realmente una paz duradera.
Mientras abundan las especulaciones sobre un nuevo plan de paz para Ucrania negociado por Trump [véase el anexo más abajo], gran parte del debate actual da una sensación de déjà vu. Se repiten las mismas denuncias de intereses particularesen el conflicto, las condenas a los belicistas y los llamamientos a negociaciones urgentes. En Ucrania, no solo hemos escuchado estos argumentos. Nosotros mismos los hemos esgrimido.
En el verano de 2014, tras la anexión de Crimea por parte de Rusia y cuando la guerra en Donbás ya estaba en pleno apogeo, activistas ucranianos, rusos y bielorrusos publicaron una declaración titulada “El nuevo Zimmerwald” [1]en la que criticaban el auge del chovinismo y la xenofobia en sus países. Hicieron un llamamiento a un amplio movimiento contra la guerra, a un alto el fuego inmediato y al desarme mutuo. El movimiento social ucraniano Sotsialnyi Rukh, que acababa de formarse, se hizo eco de este espíritu en 2015, abogando por negociaciones directas entre sindicalistas y defensores de los derechos humanos de ambos bandos, así como por la disolución de los aparatos de defensa. Se trataba de un auténtico intento de paz internacionalista, que fracasó.
Nada de esto impidió la agresión de Rusia en 2022. Sin embargo, con la excepción de una valiente minoría, los activistas de izquierda rusos volvieron a atrincherarse tras fórmulas pacifistas, rechazando la responsabilidad de la guerra a ambos beligerantes y señalando a la OTAN, a Boris Johnson [entonces primer ministro británico] y al “régimen oligárquico neonazi de Kiev”. Los ucranianos, bajo el fuego de los bombardeos, no podían permitirse ese lujo. Resistieron a las tropas de ocupación y muchos de ellos ya han perdido la vida.
A nivel internacional, cuando la izquierda no se limita a breves declaraciones estereotipadas, oscila en gran medida entre una repulsión instintiva ante la injusticia y un llamamiento desesperado a la paz. Pero ¿puede cualquiera de las dos cosas servir de guía para la acción?
El precio de la justicia
Muchos denuncian cualquier compromiso con el Kremlin como una traición pura y simple que sentaría un precedente al recompensar la agresión. En términos absolutos, tienen razón. Sin embargo, la justicia siempre tiene un precio: si no es para los activistas que la reclaman, es para otros.
Los recursos de Ucrania están al límite. El gasto en defensa en 2025 alcanzó los 70 000 millones de dólares, superando los ingresos fiscales nacionales. El déficit presupuestario es de casi 40 000 millones de dólares, y no está garantizado que se mantenga la ayuda exterior. El coste de la reconstrucción ya ha ascendido a más de medio billón de dólares. La deuda pública asciende a 186 000 millones de dólares y sigue aumentando.
Casi dos tercios de las y los ucranianos esperan que la guerra dure más de un año, y los expertos [ucranianos] están de acuerdo [TSN, 17 de septiembre de 2025]. El presidente Volodímir Zelenski subraya que su país necesitará todo el apoyo disponible para combatir al ejército ruso durante otros dos o tres años. Al mismo tiempo, las fuerzas armadas ucranianas se ven sometidas a una gran presión, no solo por la escasez de armas y municiones, sino también por la disminución de efectivos.
Desde 2022 se han registrado más de 310 000 casos de deserción y ausencias sin permiso, más de la mitad de ellos en 2025 [2]. Muchos soldados que han abandonado el ejército alegan agotamiento, falta de preparación psicológica para la extrema intensidad de los combates, despliegues interminables y corrupción de los comandantes que los tratan como peones. Algunos están dispuestos a volver tan pronto como mejoren las condiciones, pero solo una pequeña parte lo ha hecho en el marco de la amnistía [decidida en agosto de 2024].
Más de la mitad de los hombres ucranianos dicen estar dispuestos a luchar, pero un millón y medio de ellos aún no han actualizado su expediente militar. Tras la introducción del reclutamiento en 2024, solo 8500 se alistaron como voluntarios en un año. Ni siquiera la oferta de una prima de inscripción de 24 000 dólares por contratos de un año para los jóvenes logró atraer a mucha gente. Una vez que se suavizaron las restricciones de viaje para los jóvenes de entre 18 y 22 años, casi 100 000 hombres cruzaron la frontera en los dos primeros meses, muchos de ellos para no. volver [3].
La triste realidad es que la resistencia ucraniana se basa en la busificación [persona detenida y llevada en autobús], es decir, la captura por la fuerza de hombres en la calle o en sus lugares de trabajo y su reclutamiento forzoso en el Ejército. El mediador ha reconocido que estos abusos son ahora sistémicos. A pesar de ello, el Tribunal Supremo de Ucrania ha dictaminado que la movilización sigue siendo legalmente irreversible, incluso cuando se lleva a cabo de forma ilegal. Mientras tanto, las redes sociales informan cada vez con más frecuencia de enfrentamientos violentos con los agentes encargados del reclutamiento.
La opinión pública refleja este cansancio, y los recientes escándalos de corrupción que implican a los colaboradores más cercanos del presidente no ayudan en nada [4]. Las encuestas muestran que el 69 % de los ucranianos y ucranianas están ahora a favor de un fin negociado de la guerra y casi tres cuartas partes están dispuestos a aceptar la congelación de la línea del frente, aunque no sea según las condiciones de Rusia. Las y los ucranianos siguen insistiendo en garantías de seguridad, que para vosotros incluyen el suministro de armas y la integración en la UE.
La deseo de luchar hasta la victoria, pase lo que pase, ignora estas limitaciones. A menos que el apoyo inquebrantable de Occidente incluya la voluntad de abrir un segundo frente, ¿qué podemos esperar? La lógica de la desesperación lleva a reducir la edad de reclutamiento, a ampliar el servicio militar a las mujeres, a repatriar desde el extranjero a los ucranianos edad de ser reclutados, a llenar las trincheras y, a continuación, a establecer tropas de bloqueo [unidades militares destinadas a impedir la retirada de sus propios soldados] y ejecuciones sobre el terreno para evitar las deserciones.
La ilusión pacifista
Esta sombría situación no es solo un fracaso nacional. Refleja el agotamiento de llevar solos la carga más pesada y luchar con uñas y dientes para obtener el apoyo material de aquellos que piensan que las condenas enérgicas y la ayuda humanitaria son suficientes para poner fin a la invasión rusa. Cuanto más difícil se vuelve la situación, más tentador resulta para algunos en el extranjero imaginar que la resistencia en sí misma debe ser el problema.
De ahí la idea de que las armas occidentales solo prolongan el sufrimiento y que cortar este salvavidas a Ucrania la empujaría a aceptar las concesiones necesarias. Se trata de una ilusión reconfortante basada en un razonamiento erróneo. Si las palabras por sí solas pudieran poner fin a la opresión, las huelgas y las revoluciones habrían sido sustituidas por concursos de elocuencia.
Los envíos de armas no obstaculizan la diplomacia, sino que permiten a Ucrania participar en las negociaciones. El presidente Zelenski ha manifestado su disposición a mantener conversaciones e incluso a tomar decisiones difíciles. Pero solo una parte capaz de mantenerse firme puede negociar en igualdad de condiciones. Desarmar a Ucrania equivaldría a obligarla a ceder. Moscú lo sabe y aprovecha las contradicciones para sembrar la confusión y dividir las filas.
El Kremlin ha rechazado en varias ocasiones un alto el fuego, dejando claro que solo le interesa la capitulación efectiva de Ucrania. Aunque el maximalismo de Rusia es en parte un farol, un conflicto congelado o incluso la cesión del Donbás por parte de Ucrania no “abordaría las causas profundas” de la guerra, como afirma Vladimir Putin. Moscú ha asegurado su puente terrestre hacia Crimea, pero carece de recursos para apoderarse del resto de las provincias de Jersón y Zaporiyia, que también reclama. Ucrania nunca reconocerá sus pérdidas, aunque se vea formalmente obligada a hacerlo. El resentimiento convertirá a Rusia en un enemigo eterno, creando así el riesgo de un nuevo estallido del conflicto.
La máxima del propio Putin –“Si la lucha es inevitable, golpea primero”– hace que el siguiente paso sea predecible, a juzgar por la cartografía. Un avance hacia el puesto avanzado ruso en Transnistria República Moldava Pridnestroviana]atraparía a Moldavia, aseguraría el corredor del Mar Negro y estrangularía lo que queda del comercio marítimo ucraniano, al tiempo que ofrecería Odessa, antigua joya del imperio ruso, en el corazón de la mitología de la primavera rusa.
El abandono de Ucrania por parte de los Estados europeos no traería ninguna distensión. Los nuevos miembros de la OTAN, Finlandia y Suecia, han abandonado su neutralidad precisamente por la nueva forma en que Rusia resuelve las disputas. Cinco países se han retirado de la prohibición de las minas terrestres prevista en el Tratado de Ottawa en 2025 por la misma razón. El gasto militar de Polonia se triplicará a partir de 2022, y los países bálticos se apresuran a alcanzar un nivel de gasto en defensa equivalente al 5 % del PIB. Ver a un vecino desmembrado por un antiguo soberano no los tranquilizaría, sino que los empujaría a armarse aún más.
Ángulo muerto
El ultimátum lanzado por Moscú en diciembre de 2021 dejó claras sus ambiciones: la OTAN debe retirarse a las fronteras de 1997 y reconocer la esfera de influencia rusa en Europa Central y Oriental. Esta exigencia parecía absurda hasta que estallaron los disparos en febrero de 2022. Pero la guerra relámpago de Putin contra Ucrania fracasó, y él culpa de ello a las “élites gobernantes europeas”.
Nadie espera que los tanques rusos lleguen a Berlín. Pero los Estados bálticos, atrapados entre Rusia y su enclave militarizado de Kaliningrado, encajan en este patrón. Las antiguas provincias imperiales, que separan Moscú de su territorio costero, constituyen un objetivo tentador. La retórica sobre las “naciones sin historia” [5] presa de la rusofobia ya está en marcha.
Si el Kremlin decidiera cerrar el corredor de Suwalki –la estrecha franja de territorio polaco y lituano entre Kaliningrado y Bielorrusia, aliada de Rusia [6]– en medio de una nueva serie de disputas internas en Occidente sobre sanciones, política energética o estrategia de defensa común, ¿quién se arriesgaría a una Tercera Guerra Mundial?
En algún momento, una parte de la izquierda perdió la capacidad de distinguir entre la resistencia y el militarismo. Al considerar la expansión de la OTAN como la causa de la guerra –y encontrar así la solución en su simple retirada–, los antimilitaristas admiten discretamente que vastas regiones más allá de Rusia pertenecen a su ámbito natural.
La cuestión central es la siguiente: si Rusia puede resolver sus agravios históricos y responder a sus preocupaciones legítimas en materia de seguridad por la fuerza, ¿por qué no podrían hacerlo los demás? La verdadera victoria para el complejo militar-industrial no serían los suministros a Ucrania ni siquiera los programas de rearme, sino una Europa en crisis permanente, donde cada frontera se vuelve discutible y donde los gastos de defensa aumentan sin cesar.
Revisionismo rencoroso
La verdadera amenaza no es el nacionalismo ucraniano. No es más siniestro ni más chovinista que el de cualquier pequeño Estado asediado. Incluso las personas más afectadas por la guerra se preocupan más a menudo por sobrevivir a los ataques con misiles y drones. Esto no implica que se apruebe la creación de mitos nacionalistas. Pero centrarse en los excesos de la política cultural de Ucrania es una distracción conveniente, una excusa para relativizar la agresión y distanciarse de lo que realmente está en juego.
Lo que enfrentamos hoy es un imperio petrolero militarizado y expansionista que oculta su resentimiento tras discursos sobre la justicia histórica, que envuelve su renacimiento neotradicional contra el Occidente decadente y que está dispuesto a utilizar todos los medios para reclamar su legítimo lugar en el mundo. Esta política de revisionismo rencoroso no es exclusiva de Moscú, sino que encuentra eco desde Washington hasta Pekín, y debe combatirse antes de que cualquier discurso sobre el desarme cobre sentido.
Es hora de proponer una alternativa creíble en los debates sobre seguridad, que no ceda al neoliberalismo militarizado ni fetichice la pureza.
Li Andersson, antigua presidenta de la Alianza de Izquierda Finlandesa [actualmente presidenta de la Comisión de Empleo y Asuntos Sociales del Parlamento Europeo], ya abogó [el 7 de junio de 2025] por una política exterior y de seguridad antifascista. Rechaza la ilusión de que se puede razonar con el fascismo, acepta el refuerzo de las capacidades de defensa y la autonomía estratégica de los Estados miembros de la UE como condición previa para la paz y defiende el derecho internacional como mecanismo de prevención contra la subversión autoritaria.
Como ha señalado Li Andersson, ya es hora de proponer una alternativa creíble en los debates sobre seguridad, que no ceda al neoliberalismo militarizado ni fetichice la pureza. La extrema derecha avanza en las encuestas, los presupuestos de defensa se inflan, mientras que se reducen los gastos sociales, la adaptación al cambio climático y la ayuda al desarrollo. Sin embargo, el problema aquí son las élites que explotan esta crisis para impulsar su agenda, y no los ucranianos que se niegan a someterse a Putin.
Para resistir esta tendencia, hay que insistir en dos puntos. En primer lugar, unas instituciones sociales resilientes y unas infraestructuras públicas sólidas son esenciales para resistir los choques y a quienes pueden utilizarlos como armas. En segundo lugar, solo la democracia económica, una política de inclusión y el control público permiten dar prioridad a cualquier causa que merezca la pena defender. Como demuestran las lecciones aprendidas de Ucrania, sin ello, cualquier discurso sobre la solidaridad es una farsa.
No hay soluciones prefabricadas
Todo el mundo desea que la guerra termine, pero nadie tiene una solución prefabricada, y tal vez no la haya. Nos debemos mutuamente la honestidad que esta situación exige. Cualquier cosa que no sea la retirada completa de Rusia de Ucrania sería profundamente injusta y francamente peligrosa, pero la búsqueda intransigente de la justicia también puede llevarnos a un punto de no retorno.
La propia supervivencia –permanecer como nación independiente a pesar de las lecciones históricas de Putin– ya es una victoria para Ucrania. Pero la historia no terminará ahí. Los Estados rapaces atacan no porque se les provoque, sino porque tienen la oportunidad de hacerlo. Para detenerlos, se necesitará algo más que fuerza moral.
Oleksandr Kyselov, originario de Donetsk, es un activista de izquierda ucraniano (miembro del Movimiento Social-Sotsialnyi Rukh) y asistente de investigación en la Universidad de Uppsala (Suecia).
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Anexo
La revista Le Grand Continent publica el 21 de noviembre la versión íntegra del “Plan de paz en 28 puntos” de Trump y lo presenta así: “El documento –que Estados Unidos afirma que aún puede modificar– recoge las principales exigencias maximalistas formuladas por Rusia desde la primavera de 2022”.
Si Kiev las aceptara, equivaldrían a la capitulación pura y simple de un país soberano.
Más allá de los puntos relativos a la renuncia de Ucrania a adherirse a la OTAN, la reducción del tamaño de su ejército –limitado a 600 000 militares– y el reconocimiento de facto, a nivel internacional, de los territorios ocupados ilegalmente como rusos, el plan prevé varias medidas relacionadas con la integración de Rusia en la economía mundial –en particular, su regreso a la mesa del G7, que volvería a ser el G8–, así como una amnistía para Vladimir Putin, buscado desde 2023 por una orden de detención internacional por crímenes de guerra.
En el marco de este plan, Ucrania recibiría garantías de seguridad –sin tropas de la OTAN en su territorio, pero sin muchos más detalles– y Estados Unidos recibiría una compensación a cambio.
Europa, que no ha participado en la elaboración de este plan –a pesar de que este limita el papel marginal que debería desempeñar la Unión en esta paz al acoger a Ucrania en su mercado–, se vería obligada a asumir gran parte del coste: los activos rusos congelados, en su mayoría depositados en países europeos, serían utilizados principalmente por Estados Unidos (100 000 millones de dólares destinados a financiar sus esfuerzos de reconstrucción e inversión en Ucrania, recuperando Washington el 50 % de estos beneficios).
El resto de los fondos se invertirían en un Special Pourpose Vehicule [estructura de inversión] ruso-estadounidense, mientras que Europa añadiría además 100 000 millones de dólares.
La aplicación de este plan correría a cargo de un Consejo de Paz, bajo la supervisión de Donald Trump. (GC)
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Según la BBC del 22 de noviembre, en su versión francesa, la oficina del presidente ucraniano indicó en un comunicado la noche del 20 de noviembre que el presidente “había recibido oficialmente de Estados Unidos un proyecto de plan que, según la evaluación estadounidense, podría contribuir a revitalizar la diplomacia”. La BBC añade: “La primera ministra ucraniana, Yulia Svyrydenko, se reunió el jueves con responsables estadounidenses en Kiev. La oficina de Zelenski declaró que “las partes acordaron trabajar en las disposiciones del plan con el fin de poner fin a la guerra de manera just”.
El 21 de noviembre, Volodímir Zelenski se dirigió a la población: “Ucranianos, ucranianas, en la vida de cada nación hay un momento en el que todos deben hablar. Con honestidad. Con calma. Sin suposiciones, sin rumores, sin chismes, sin todo lo superfluo. Tal cual. Tal y como siempre intento hablaros. Actualmente estamos viviendo uno de los momentos más difíciles de nuestra historia. La presión que se ejerce sobre Ucrania es hoy una de las más fuertes. Ucrania podría enfrentarse a una elección muy difícil. O bien perder su dignidad, o bien arriesgarse a perder un socio clave. O bien aceptar 28 puntos difíciles, o bien afrontar un invierno extremadamente duro, el más duro, y los riesgos que ello conlleva. Una vida sin libertad, sin dignidad, sin justicia. Y para que creamos a quien ya nos ha atacado dos veces». (Discurso completo en este enlace: https://www.revueconflits.com/document-volodymyr-zelensky-adresse-a-la-nation-ukrainienne/) – (Red. A l’Encontre)
Traducción: viento sur
Notas
- Conferencia celebrada en el pueblo de Zimmerwald (cantón de Berna) en septiembre de 1915 por militantes socialistas que afirman su compromiso con el internacionalismo y la lucha contra la guerra, contra el triunfo del chovinismo y el militarismo en las filas de la socialdemocracia. Esta última, en su gran mayoría, participa en los gobiernos de la Unión Sagrada de los países en guerra. (Red.)
- “Según las estadísticas citadas por los medios de comunicación ucranianos y procedentes de la fiscalía general, hay 253 000 procedimientos penales en curso: unos 50 000 por deserción y algo más de 200 000 por ausencia no autorizada”. (Watson, 2 de septiembre de 2025) – Red.
- Las autoridades ucranianas redujeron la edad legal de movilización de 27 a 25 años en abril de 2024. En febrero de 2025, el Ministerio de Defensa propuso un contrato de un año para los jóvenes de entre 18 y 24 años, acompañado de una indemnización de unos 23 000 euros, además de una ayuda mensual de unos 1800 euros. Esto suscitó un gran debate. (Le Monde, 14 de febrero de 2025) – Red.
- Véase el artículo del Mouvement social publicado en este sitio web el 14 de noviembre de 2025– Red.
- Referencia al prefacio escrito por Serguéi Lavrov a una obra publicada en Rusia que niega “el carácter histórico” de la nación lituana. – Red.
- La denominación “corredor de Suwalki” se utiliza principalmente en un contexto militar, debido a que esta franja de tierra garantiza, por sí sola, la continuidad territorial entre los tres Estados bálticos y los demás países de la OTAN (Polonia en primer lugar). – Red.