La reciente gira de Volodymyr Zelensky por Grecia, Francia y España no puede interpretarse como una serie de gestos protocolarios. Esto llega en un momento especialmente delicado para Ucrania con la guerra en una fase crónica, con un apoyo internacional cada vez más complejo y difícil de mantener, y a nivel interno con escándalos de corrupción que vuelven a poner en duda la fortaleza institucional del Estado que lleva tres años resistiendo la agresión rusa. Y es precisamente en esta intersección de vulnerabilidad donde todo movimiento diplomático adquiere un peso excepcional.

En este contexto, los países europeos se enfrentan a un desafío del que aún no saben cómo salir. La posición actual de la mayoría de las capitales es mantener acríticamente el apoyo a Ucrania con todo lo que ello implica, algo que muchos todavía se niegan a reconocer. Es decir, es necesario exigir transparencia al gobierno de Kiev, perturbado por casos de corrupción y escondiéndose detrás del velo de la guerra.

El viaje de esta semana del presidente Zelenski giró en torno a tres ejes: energía, defensa y política. De este modo, la parada en Grecia tenía principalmente un objetivo material, que no era más que asegurar el suministro energético para el próximo invierno. Para un país que sufre un ataque sistemático a su infraestructura, la capacidad de calentar los hogares y mantener las industrias básicas es una cuestión de supervivencia. El suministro de gas licuado y la cooperación en materia energética son vitales, pero también nos recuerdan un problema que Kiev aún no ha resuelto: la opacidad en el sector energético, tradicionalmente una de las áreas más vulnerables a las redes de clientes.

En París, Zelensky buscó fortalecer la cooperación en defensa con Emmanuel Macron, especialmente en lo que respecta a sistemas de defensa aérea y capacidades estratégicas. Francia ha mantenido una constante posición de apoyo a Ucrania, pero también observa con preocupación los escándalos internos que socavan la legitimidad del Gobierno ucraniano. La diplomacia francesa puede apoyar a Kiev en el frente militar, pero difícilmente podrá sostener indefinidamente una administración que no afronte rigurosamente sus desafíos internos.

El cierre de la gira en Madrid tuvo una dimensión más política que buscaba garantizar que España mantenga su compromiso parlamentario y social con la causa ucraniana. El discurso de Zelenskiy ante el Congreso buscó precisamente eso, recordar a los legisladores que el conflicto no ha terminado, que la resistencia ucraniana sigue siendo un factor clave para la seguridad europea y que abandonar el apoyo ahora sería un error estratégico. España se ha convertido en un termómetro del sentimiento europeo, solidario pero también cansado.

La suma de estas tres visitas también funciona sobre la base de los acuerdos alcanzados este verano con la administración Trump, que no son más que garantizar que los europeos compren gas licuado y armas para apoyar a Kiev. Dicho y hecho, España, Francia y Grecia cumplen con esas obligaciones.

Los casos recientes de corrupción relacionados con adquisiciones de defensa, contratos de drones o acuerdos energéticos no son sólo accidentes administrativos. Son un riesgo político y geoestratégico. Cada uno alimenta la narrativa de quienes afirman que Ucrania es un “pozo sin fondo” y cuestionan el envío continuo de ayuda militar o financiera.

Es cierto que la guerra no crea corrupción, pero la agrava, se aceleran los presupuestos, se relajan los controles y las emergencias operativas abren la puerta a prácticas irregulares, prácticas que nunca han dejado de ser habituales en Ucrania, que, recordemos, ningún índice de democracia confirmaba como país democrático antes de la guerra. El problema para Kiev es que estas prácticas no sólo tienen un coste moral, sino también diplomático. La confianza europea se deteriora cuando surgen redes de intermediarios, sobrecostos injustificados o los funcionarios se enriquecen en medio de la guerra.

Zelensky despidió a los responsables y ordenó investigaciones, pero los cambios cosméticos ya no son suficientes. Ucrania necesita instituciones de supervisión independientes, auditorías externas y supervisión parlamentaria que funcionen incluso en tiempos de guerra. Sin él, el país corre el riesgo de debilitar su mejor argumento, el que impulsa la lucha de Ucrania no sólo por su territorio, sino también por un modelo de Estado democrático y transparente.

A este complejo escenario se suma el resurgimiento del “plan de paz” promovido informalmente por Donald Trump y Vladimir Putin. Los detalles no están claros, pero son lo suficientemente conocidos como para generar preocupación en Ucrania y la UE, que una vez más ha sido excluida de cualquier consulta sobre el tema, que incluye concesiones territoriales forzosas, restricciones permanentes al rearme ucraniano y compromisos cuya implementación dependería en gran medida de la voluntad del Kremlin.

Sin duda, algunos sectores europeos pueden acoger con agrado este tipo de propuestas; cansados ​​del conflicto y preocupados por el coste económico, este tipo de propuestas pueden parecer atractivas. Otros, incluido el Alto Representante Kaya Kallas, sugieren que aceptar este tipo de acuerdo equivaldría a legitimar un precedente y aceptar la tesis del Kremlin. Sea como fuere, este nuevo globo sonda lanzado por Washington quiere comprobar si realmente los europeos siguen resistiéndose y manteniendo su apoyo incondicional al Gobierno de Kiev o, por el contrario, aceptarían acríticamente puntos que incluyen reducir a la mitad el tamaño del ejército ucraniano o entregar las partes del territorio de Donetsk que ahora están en manos ucranianas, algo absolutamente inaceptable para Ucrania. Otra cuestión sería si es la propuesta máxima para el inicio de las negociaciones, y ahí es donde el apoyo europeo será decisivo. Un acuerdo así sería políticamente insostenible en Kiev y sin duda conduciría a la caída del actual gobierno.

Europa se enfrenta a la necesidad de coherencia

La gira de Zelensky deja un mensaje claro: Ucrania necesita apoyo constante, pero la UE también necesita claridad estratégica. No puede permitirse el lujo de enviar señales contradictorias ni puede continuar brindando ayuda sin exigir reformas profundas y verificables. Pero, además, la resolución del conflicto afectará directamente al diseño de la arquitectura europea de seguridad y defensa, y aquí es donde el Ministerio de Asuntos Exteriores expresa su preocupación. No os dejéis engañar, lo que les está pasando a los ucranianos queda en un segundo plano, aquí la cuestión es cómo mantener el miedo a seguir acelerando la industria del rearme que permita superar la situación económica, básicamente, alemana.

Parece claro que la guerra en Ucrania ya no se libra sólo en el campo de batalla. Se juega en las oficinas de Washington y Moscú. Los europeos, como siempre, están más allá de cualquier capacidad de toma de decisiones, sin una sola propuesta destinada a llevar a las partes a la mesa de negociaciones, aparte de hacerse cargo del continuo sustento económico de Ucrania.

Es cierto que acabar el conflicto con una paz impuesta no es una buena solución ni a medio ni a largo plazo, pero no es menos cierto que al menos sería interesante poner otras propuestas sobre la mesa. No se hizo en el caso de Gaza y tampoco se está haciendo aquí. Mientras tanto, Ucrania sigue sangrando.

21.11.2025

Por Ruth Ferrero Turrión

Catedrático de ciencias políticas y estudios europeos en la UCM.

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